La nostalgia es un arma de doble filo, porque echamos de menos lo bueno, pero ignoramos todo lo malo que existía en la sociedad de antaño, convirtiéndolo en un absurdo culto al pasado que nos impide evolucionar, una idealización que solo mira a los bocadillos de Nocilla y las tardes viendo ‘La bola de cristal’ pero parece ignorar, por ejemplo, el infierno de la heroína y del SIDA entre la población.
‘Romería’, la nueva maravilla de Carla Simón, viene a hacer las paces con ese pasado, fijando su vista en la libertad que se respiraba, sí, pero también en la vergüenza y el dolor que sufrieron familias enteras. Y lo hace con una sensibilidad tan exquisita que se convierte en una de las grandes películas imprescindibles de este último tercio del año y, por qué no decirlo, de la historia del cine español reciente.
Romería, romería, tan dentro del alma mía
Aunque uno pueda esperar una película de silencios, como la directora nos tiene acostumbrados, ‘Romería’ está repleta de diálogos constantes. Palabras y palabras de una familia que habla mucho pero calla lo importante, que solo entre líneas deja ver su verdad, sepultada y acallada durante dos décadas por la más pura de las vergüenzas, enquistada en su alma. Dicen mucho, pero revelan poco, dejando que sean las paredes las que susurren sus secretos.
Este es, sin duda, el mejor guion de Simón, una dolorosa autobiografía donde se cuela no solo un humor que sirve como contrapunto perfecto a una historia cotidianamente dramática, sino también una sorprendente fantasía que rompe en dos todo aquello que creíamos saber sobre la directora para sorprendernos (visual y creativamente) como nunca antes.
Como si abriera la caja de Pandora de ‘Mulholland Drive’, ‘Romería’ se divide en dos, dejando entrar un mundo de recuerdos montados en base a intuiciones y deseos, un episodio de realismo mágico tan sorprendente como eficaz que habla sobre la necesidad de tener una historia propia, aunque esté construida a base de retales. A ritmo de Siniestro Total, Simón muestra un baile fantasmal, un pasado que quizá nunca existió, un amor bañado por las olas y lastrado por la heroína, en el que nada es tan bonito, nada es tan horrible, y todo depende del cristal con el que miremos nuestro propio sueño.
Hay quien ha creído que tras ‘Verano 1993’ y ‘Alcarràs’, la directora ya estaba amortizada y le habíamos pillado todos sus dejes y tics, pero en ‘Romería’ demuestra tener mano para agarrar por la solapa al espectador y fascinarle con una impactante poesía visual que humaniza a personajes que, en cualquier otra película, serían simples caricaturas o guiñapos sociales: una pareja de drogadictos tan libre como encerrada en su propia cárcel.
Los padres de Marina sienten al máximo, viven al máximo, disfrutan al máximo… y se destruyen al máximo. Simón, utilizándoles como base, es capaz de crear una nostalgia inexistente y aniquilarla al mismo tiempo con un estupendo manejo de la cámara, que no solo sorprende. Además, es capaz de renovarse a sí misma incluso dejando entrar matices de cine de género y demostrando que la fuerza de su narrativa audiovisual es imparable.
Miña terra galega, donde el cielo es siempre gris
Tuve la suerte de poder entrevistar a Llúcia García después de ver la película, y allí me comentó que el papel le había llegado por casualidad, pero, ahora mismo, ni siquiera sabe si quiere dedicarse al cine. Francamente, ojalá lo haga: su Marina, más allá de la naturalidad que le da el ser una actriz amateur, está repleta de detalles fantásticos, sutilezas y sabe cómo elevar y hacer evolucionar el guion.


La actriz tiene un increíble instinto, especialmente brillante en las escenas catárticas, esas con las que la directora juega con nuestras expectativas: no es que Marina no cargue en su interior con la rebeldía de los 18 años, sino que no lo expresa de la manera tradicional, por mayor presión social que tenga que aguantar. Su cuerpo es un testamento a la memoria de sus padres, y ella se siente obligada a ser muy consciente de sus decisiones, creando una coraza en torno a ella tras la que solo en ocasiones, con la cámara de vídeo en la mano, se deja ver.
A lo largo de la cinta, su protagonista demuestra nobleza incluso cuando lo tiene más fácil, dejando claro que no quiere dinero ni resultar una entrometida en su familia, como el resto se temen: tan solo quiere luchar por tener, al mismo tiempo, un origen y un futuro. Ser reconocida como persona, existir, sacar del armario y airear las penas del pasado. Simón logra crear un perfil de personaje fantástico, inédito y muy complejo: ‘Romería’ está plagada de matices y cada escena, por inocua que parezca, acaba aportando más y más a una estructura capitular que se hace necesaria.
La película podría ser una grotesca construcción en honor al mismísimo dolor, con escenas donde los personajes llorasen y se perforasen el pecho a base de golpes y gritos, pero su directora no tiene ninguna intención de mostrar una hiper-tragedia escandalosa: el drama aquí es sutil y ocurre entre los márgenes de sobres repletos de billetes, hojas en la piscina, tumbonas al sol, playas, barcos, fiestas de pueblo, diarios íntimos y canciones de Lole y Manuel. Es una historia española que tenía que ser contada y que toma distancia tanto del cine quinqui como de los nostálgicos por el pasado. Porque al final, lo que quedaron, entre cuentos y ensoñaciones, son simples fantasmas incapaces de contar su historia.
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