Tenía bastantes ganas de ver lo nuevo de Stefano Sollima. El creador italiano especializado en el género negro (‘Gomorra’, ‘Sicario: El día del soldado‘, etc.) se ponía de nuevo a escribir y dirigir una miniserie. Tiene solo cuatro episodios y en cuestión de horas se ha coronado como lo más visto en Netflix en 52 países.
Estoy hablando de ‘El monstruo de Florencia‘ (Il Mostro), que nos lleva al caso del considerado primer asesino en serie de Italia. Uno que mataba en parejas en sus coches mientras tenían relaciones sexuales (o estaban por tenerlas) y del que aun hoy en día se desconoce su identidad. Esto no quiere decir que Sollima y su socio Leonardo Fasoli no tengan teorías.
Berettas en parejas
El dúo aboga más por la llamada pista sarda, es decir, se centran en unas personas originarias de Cerdeña que tuvieron relación sobre todo con una de las primeras víctimas, Barbara Locci (Francesca Olia) a la que mataron junto con su amante Antonio Lo Bianco y por el que detuvieron al marido, Stefano (Marco Bullitta).
Sin embargo, el hecho de que estuviera en la cárcel mientras se cometiesen otros de los asesinatos que estos fuesen con una pistola Beretta hizo que la policía pusiera el foco también en los hermanos Vinci (Valentino Mannias y Giacomo Fadda) y en Giovanni Mele (Antonio Tintis).
La serie, de hecho, es la historia de una tragedia familiar, de un matrimonio disfuncional con situaciones de maltrato y violencia sexual, con un hijo fruto de una violación que es testigo de cómo matan a su abusada madre. A Locci la rodean una panda de monstruos e incluso sociópatas con, no tanto el beneplácito, pero la impotencia de su marido.
No voy a adentrarme demasiado aquí, pero la falta de conclusión o de identidad del verdadero asesino (incluyendo el hecho de que tampoco se pudo probar que el de Barbara fuera el mismo que el resto) hace que ‘El monstruo de Florencia’ aun intrigante sea bastante dispersa. No sé si es por falta de tiempo de metraje o por que falta un punto de vista, un protagonista real que ayude a centrarnos.
Muestra de ello es, precisamente, lo que rodea al matrimonio de Stefano y Barbara, a la que por primera vez vemos huyendo en su vestido de novia. Más allá de la fragmentación entre pasado y presente, hay una falta de contexto y de información que hace que uno no entienda bien lo que está viendo. Por qué uno actúa así y por qué la otra parece otra persona de escena en escena. Es verdad que algunos huecos se van rellenando según avanza la miniserie, pero esta fragmentación es, a mi juicio, innecesaria.
En definitiva, me hubiera gustado que ‘El monstruo de Florencia’ me hubiera atrapado más. Si bien funciona mucho mejor como drama familiar que como thriller o true crime, es su dispersión y algún que otro palo de ciego lo que hace que no termine de despegar.
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