No sin cierta razón, cada vez que alguien habla de comedias españolas hay varios resoplidos en la sala. Y es lógico: la churrería de Santiago Segura, Leo Harlem y compañía ha hecho que unamos el concepto, casi de manera inmediata, con funcionales películas estereotipadas de usar y tirar dirigidas al mal llamado «público general», de la misma manera que antes se pensaba en el destape más chabacano. Sin embargo, sin dejarse eclipsar por dichos subproductos, siempre hemos tenido a aquellos que han ido por su cuenta, como Berlanga, Cobeaga o Cuerda, para recordarnos que lo que mejor hacemos en nuestro país, siempre, es saber reírnos de nosotros mismos.
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El fantasma de las bragas sucias
Siguiendo esta bella tradición llega ‘Bodegón con fantasmas’, una comedia espiritual episódica ambientada en un pueblo de La Mancha y que sabe reflejar a la perfección la mezcla de tradición y modernidad. Quiénes somos, con nuestros pasados y nuestros presentes, encapsulados por esa increíble ouija bordada a mano que representa, como ninguna otra imagen podría hacerlo, una mezcla de géneros que funciona al dedillo gracias a la sabia dirección de Enrique Buleo, un debutante que tiene mucho que deberle a Chema García-Ibarra.
Y es que este bodegón que mezcla iglesia y falta de fe, pasodoble y Halloween, fantasmas y pollas dibujadas en tumbas, es un heredero directo de ‘Espíritu sagrado’, aunque algo menos profundo al abandonar su viraje hacia el misterio y lo siniestro. Es, en realidad, una comedia rural de estereotipos que basa gran parte de las carcajadas en la naturalidad de sus participantes (amateur, en su gran mayoría), sus comentarios racionales ante lo inexplicable y el absurdo en un pueblo que podría recordar ligeramente al de ‘Amanece que no es poco’, salvando las distancias, gracias a su increíble mezcolanza heterogénea repleta de personajes completamente majaretas.
Pero es que, además, ‘Bodegón con fantasmas’ está tremendamente bien dirigida, siguiendo a los personajes a lo largo de las calles del pueblo y mostrando cada una de sus esquinas, dejando que este respire y se convierta -sí, por tópico que suene- en un personaje más de la historia. La iglesia, la peluquería, el cementerio, la tienda de discos fracasada, la curva donde antes solían volcar camiones y los lugareños aprovechaban para robar todo lo que podían de la mercancía: Buleo no se ríe de los pueblos, sino que abraza sus rarezas con todo su ser, hablando con conocimiento y sin ningún tipo de impostura. De hecho, si se ríe de algo es de los prejuicios contra la España vaciada a la que se nota que ama. Y cuando las cosas se hacen con amor, funcionan. Vaya que si funcionan.
¿Me has poseído? Quiero saber lo que es el amor
Podría parecer que las cinco historias que forman esta antología están, más allá del ansia por la chorrada y la risa, vacías. Hay quien incluso podría acusarlas de ser banalidades, pero lo cierto es que, sin necesidad de rascar demasiado, todas ellas encapsulan algo más: la falta de fe de la sociedad actual, la discriminación LGTB en los pueblos, la soledad en la tercera edad, la facilidad para caer en la conspiranoia, los engaños «parapsicológicos» en los que queremos creer para seguir vivos o el dolor de quien cuida a los enfermos, entre muchos temas a los que apunta directamente. Eso sí, envueltos en tantas capas de comedia y de absurdez vital que es fácil pasar por alto que el director no se ha dejado nada en el tintero ni ha dado puntada sin hilo.
«¡Nunca eches a perder un momento! Cualquier momento puede convertirse en un momento cómico!», decía Bo Burnham en su imprescindible ‘What.’. Y ‘Bodegón con fantasmas’ parece haber hecho suya la frase: no hay ni un solo diálogo o situación que no tenga como objetivo principal hacer reír al público. Ya sea por la extrañeza de las ocurrencias, el increíble atrezzo, las tradiciones rurales o las emisiones televisivas y radiofónicas que pueden escucharse de fondo, siempre hay algo que induce la carcajada inteligente gracias a unos diálogos y situaciones escritos a la perfección.
Buleo ha aprovechado el trampolín de Sitges para pintar un lienzo de la «España vaciada» que, justamente, está poblada por fantasmas de todas las clases, que conviven con los vivos de una u otra manera (y son recibidos, tras la sorpresa, con sorprendente comodidad). Cada uno de los capítulos se ríe de la vida tras la muerte aprovechándose de los clichés del género para conseguir la complicidad del público, utilizando para ello unos soberbios efectos especiales prácticos (excepto en la última historia, donde el presupuesto no da para más que un humo verde que desluce un poco el tono).
‘Bodegón con fantasmas’ es, sin pretender serlo, una película atrevida, que planta cara a los gustos que la taquilla nos asegura que tiene el público hispano, y mostrando el talento que hay en nuestro país para la autoparodia, el humor inteligente y el sketch más puro. Tristemente, y salvo gran -y agradecida- sorpresa, ‘Bodegón con fantasmas’ puede sufrir el mismo destino que ese pequeño milagro que fue ‘Tierra de nuestras madres’ y caer en el limbo, sin plataforma de streaming asignada ni edición en físico después de un paso fugaz por los cines. Por si acaso, id a verla. Demostremos, entre todos, que hay otra comedia española. Una que, esta vez sí, merece la pena apoyar.
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