Se supone que la gente va a ‘First Dates’ a conocer a su posible media naranja, aunque es un poco difícil hacerlo si no dejas hablar a la otra persona. Susan no tenía problema con que Pedro fuera evangelista, sino más bien con que no dejara de apuntarla con el dedo y que le recitara un poema espantoso.
¿Eres poeta?
Pedro es un pensionista de 54 años residente en Sabadell (Barcelona): «Dios nos amó primero y tenemos que corresponderle, eso es el amor». Dice que dejó a su expareja en febrero porque «lo más importante para él es predicar la palabra de Cristo», si bien reconoce que «lo más bonito de la creación de Dios es la mujer».
Susan también es de Sabadell, tiene 52 años y trabaja como escritora. Contaba que su última relación fue muy tóxica, pero que «gracias a ella» pudo escribir un libro. Al verla llegar, Pedro quedó deslumbrado: «Aparte de bonita y elegante, he pensado que era una mujer guerrera y fuerte».
Ella se quedó boquiabierta al saber que eran de la misma ciudad, y Pedro no esperó más para hacerle la pregunta que le quemaba en los labios: «¿Eres creyente? Yo soy evangelista». Ella respondió afirmativamente y él respiró tranquilo: «Que crea en Dios para mí es lo más importante».
Pedro le dijo que le había traído unas flores, pero que solo se las daba con la condición de que escuchara su poema: «He pensado en regalarte muchas cosas a ti, mujer. Al fin te entrego esta rosa, porque en el bolsillo más dinero no encontré». «Ahórrate el poema, cariño» pensó Susan, a quien no había impresionado en absoluto su declamación.
Ella había venido a hablar de su libro, pero cuando le estaba contando que iba de su superación personal, él le cortó para piropear sus ojos: «Si yo estoy hablando de un tema, me cortes y te vayas por los cerros de Úbeda… pues como que no». Pedro corrió a asegurarse de que ella no era «feminista en extremo», porque eso le parecía malo.
«Si llegáramos a algo serio, me gustaría que los piercings se los quitara, ya que los tatuajes no puede» pensó Pedro, que se puso a relatarle su pasado: «Era una bala perdida, pero Cristo me encontró». Mientras lo contaba, no dejaba de señalarla con el dedo, algo que puso muy nerviosa a Susan: «El dedito se lo podía haber cosido». Al final, él sí quería seguir conociéndola, pero ella ya había tenido suficiente.
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