La percepción de los fantasmas en la cultura popular ha cambiado notablemente en los últimos años. Al principio, y durante décadas, fueron un simple elemento disuasorio y tétrico que acosaba a los pobres habitantes de una casa embrujada. Pero después, cuando la sensibilidad del público cambió, pasaron a ser personajes paródicos, propios de ‘Scooby Doo’, hasta que, tras años de autoparodia sarcástica, vivieron un breve paso como espectros vengativos sádicos. Finalmente, han llegado a su estado final (por ahora): su conversión en seres melancólicos, tristes, simples observadores de la cotidianeidad del vacío que dejan. Es en este panorama en el que se enmarca ‘Presence’, lo nuevo de Steven Soderbergh, una medio-sutil historia de fantasmas y aflicción que deslumbra visualmente. Y solo visualmente.
Anda, no seas fantasma
Soderbergh no tiene ninguna pretensión de sorprender con la historia de ‘Presence’, y es injusto pedirle lo contrario. Él es perfectamente consciente de que, narrada de otra manera, no tendría ningún interés especial. Pero este es un ejercicio meramente formal que funciona a las mil maravillas al ponernos de manera constante en el punto de vista en primera persona de un fantasma que en un principio sirve de simple convidado de piedra y poco a poco va inmiscuyéndose en la historia. Plano secuencia tras plano secuencia, todos rodados con un impactante gran angular, el director muestra su maestría tras la cámara siguiendo cada recoveco de una gigantesca casa típicamente americana donde una familia trata de convivir con su propio dolor.
¿Cómo mostrar el sentimiento de un personaje al que no podemos ver ni escuchar? ¿Es posible saber los pensamientos de alguien que no tiene ninguna manera de hacerlos llegar a los espectadores? En ‘Presence’, los sutiles movimientos de cámara consiguen que nos pongamos en la mente del fantasma, conozcamos sus líneas rojas, su pudor, su vergüenza, su ansia por curar el trauma mientras protege y ayuda, de alguna manera, a cerrar las heridas de su amiga. Es fascinante cómo Soderbergh es capaz de mostrar sin explicitar, de conmover sin hablar, de hacerse entender sin herramientas narrativas clásicas para ello.
Tristemente, el guion de ‘Presence’, que comienza muy centrado en las distintas maneras de cerrar las etapas del duelo, cauterizar el dolor y curar el trauma, termina por descarrilar con unas extrañas decisiones más propias de un telefilm barato de lo que se esperaba. A ello hay que sumarle que la personalidad de los personajes nunca llega a ser tridimensional, quedándose en la mera superficie: la madre egoísta, el padre comprensivo, la hija traumada, el hijo sin corazón. La película confía excesivamente en su gimmick narrativo, dejando de lado la profundidad dramática y desechando la aparente sutileza de sus primeros minutos. Al final, el personaje más interesante es el propio fantasma. Y dado que vemos la historia a través de él, tiene delito.
Fantasma, soy fan
‘Presence’ es una película que no decepcionará a los que buscan nuevas experiencias cinematográficas en lo mainstream, y en ningún momento exaspera o hace viejo el truco (siempre hay algo nuevo que explorar y la fluidez con la que se mueve la cámara es digna de elogio), pero quiere contar demasiadas cosas sin dejarles tiempo para que respiren. Por ejemplo, sabemos por guion que la hija está traumatizada, pero nunca la vemos llorar, sufrir o lamentarse. Porque, a diferencia de la soberbia (y prima hermana) ‘A ghost story’, Soderbergh no se atreve a que haya una escena en la que avancemos emocionalmente en lugar de seguir una historia tirando a flojita. Y al final, acaba resultando menos emocionante de lo que debería.
Por algún motivo que se escapa a mi comprensión, lo que durante la mayor parte de la trama es una película psicológica en la que la importancia se pone en la incomprensión del dolor se convierte en su parte final en un extraño whodunit en la que un personaje literalmente explica ante otro -de manera innecesaria y aberrante- todos los hilos sueltos que pueden quedar en la cinta, demoliendo cualquier trasunto de delicadeza que pudiera haber en el metraje. El clímax de ‘Presence’ parece sacado de otra película completamente distinta, y es tan desconcertante como decepcionante: si tomas riesgos, ve hasta el final con ellos. A esas alturas, tratar de contentar a un público general no tiene sentido.
Pero, ¿por qué negarlo? Es imposible que no disfrutes viendo a Soderbergh experimentando, como lleva haciendo durante toda su filmografía, con una mano muy experta tras la cámara y una formalidad abrumadora en lo técnico. La cámara se mueve por la casa como nunca hemos visto antes, yendo mucho más allá de la cámara en mano (tan solo cuando realmente lo necesita) y dejando que vuele libre por el escenario, incluso escondiéndose de algunas escenas. La potencia visual del director es continuamente espléndida, única y sorprendente, demostrando por qué es uno de los grandes nombres de la actualidad por méritos propios.
Soy consciente de que a lo largo de esta crítica estoy criticando ‘Presence’ por lo que podría ser y no es, y no es justo. Y es que Soderbergh no pretende narrar una historia sensible y explorar todas las formas del trauma, sino, simplemente, ponerse en el punto de vista de un fantasma para contar una historia de otra manera distinta a cualquier cosa que hayamos visto. Y qué queréis que os diga: cumple con creces con sus propias expectativas. Se pasa de efectista, los personajes no están bien desarrollados por culpa de un guion sin una progresión dramática que tenga sentido y tan solo Lucy Liu destaca entre un reparto que se extralimita constantemente. Pero, pese a todo, es una de las películas que he visto con más gusto en los últimos años. Y hay que ser un maestro para ello.
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