Todos nos sabemos de memoria el cuento de ‘La Cenicienta’: una joven maltratada que, con una chispa de magia, conquista a un príncipe y alcanza un icónico final feliz. Sin embargo, la directora noruega Emilie Blichfeldt ha preferido contar la historia desde otro punto de vista. En ‘La hermanastra fea’, el foco se desplaza hacia esas hermanas «feas» que la historia convirtió en villanas. 

Blichfeldt transforma el clásico en un cuento de hadas feminista y grotesco, donde la obsesión por la belleza se vuelve una forma literal de autodestrucción. Entre cirugías imposibles, tácticas de adelgazamiento y un desfile de cuerpos sometidos al bisturí, la cineasta utiliza el horror corporal para diseccionar una verdad como un templo: que el deseo de ser aceptada y de encajar en unos cánones de belleza imposibles sigue siendo una de las violencias más dolorosas que deben soportar las mujeres desde el primer día y hasta el último.

La tiranía de la belleza

En este relato gótico ambientado en una Europa victoriana alternativa, Elvira (Lea Myren) encarna al patito feo que anhela convertirse en princesa a cualquier precio. Sometida a la presión de una madre que ve en la apariencia la única salvación a la ruina familiar, la joven se somete a procedimientos cada vez más espeluznantes para conseguir que el príncipe se acabe fijando en ella. 

Narices rotas, pestañas implantadas con bisturí y una tenia devoradora de grasa -ríete tú del Ozempic- que promete milagros imposibles. Blichfeldt no se limita a mostrar el dolor físico; lo convierte en un espectáculo que seguramente resuene en muchas espectadoras y nos habla de la cruel farsa sobre los cánones de belleza que la sociedad nos impone. Y todo ello enclaustrado a través de unos movimientos de cámara y unos encuadres que encierran a los personajes en una atmósfera claustrofóbica, donde cada transformación quirúrgica revela un nuevo grado de desesperación.

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Fotograma de la película
Fotograma de la película

Por otro lado, intervienen también el humor negro y el horror, que se entrelazan con precisión quirúrgica y hacen el relato más llevadero. En lugar de recrearse en el sufrimiento, la directora opta por la ironía: el baile real se convierte en un desfile de vanidades políticas, y la metamorfosis de Elvira funciona como metáfora de un sistema que premia lo superficial. 

De hecho, puede recordarnos al cine de Coralie Fargeat (‘La sustancia‘) o incluso a Cronenberg, aunque sin perder un pulso y personalidad propias que combinan lo macabro con una elegancia hiperpop. El resultado es una comedia pesadillesca que ridiculiza el mito de la belleza perfecta con la misma energía con que lo va desgranando.

Entre el cuento y la pesadilla

'La hermanastra fea'
'La hermanastra fea'

Más allá de su propuesta estética, la película se distingue por dar humanidad a lo que creíamos que eran monstruos. Blichfeldt no caricaturiza a las mujeres que ansían ser bellas; las observa con empatía, incluso cuando se desfiguran en busca de amor o validación -y prueba de ello es el desenlace de la película-. La madre viuda, interpretada con sutileza por Ane Dahl Torp, actúa movida por la supervivencia más que por la crueldad. Su tragedia y la de sus hijas reside en una estructura que mide el valor femenino por la apariencia, no por la inteligencia o el deseo.

Y en su tramo final, ‘La hermanastra fea’ se adentra en lo poético, donde la sangre y las cicatrices dejan de ser un castigo para convertirse en una afirmación. La directora reescribe el «vivieron felices para siempre» de forma mordaz, recordando que lo estético y los cánones de belleza siguen siendo un campo de batalla. Es, sin duda, una de las propuestas más provocadoras que se han estrenado recientemente y no puedo esperar para ver lo siguiente de Emilie Blichfeldt.

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